Precisamente allí

Publicado el

Fue muy grato conocer el lunes a Jordi Évole y mantener con él una conversación pública en la Residencia de Estudiantes. Hay personas que, porque interpretan en público a un personaje, vistas de cerca son irreconocibles, o repelentes. Jordi, que es muy amigo de nuestro amigo Xavi Menós, es el mismo de cerca y de lejos. El atractivo de su figura pública -ese periodista entre impertinente y asombrado que da testimonio de los disparates, los abusos y los despilfarros de todos estos años- es exactamente el de su presencia en privado.

Llegar a la Residencia siempre es una alegría, pero lo es más aún en esta época, cuando a la emoción histórica que irradia ese lugar se une la fertilidad de la naturaleza: los olores de las plantas serranas en el camino de acceso, las flores grandes de la jara, el gran cedro, los castaños, los tilos, todo muy verde en este año de lluvias. Hablaba con Jordi de la importancia de celebrar y defender las cosas buenas que hemos logrado, a pesar de todo, en los años de la democracia, y de la necesidad de distinguirlas, con la cabeza fría y la razón alerta, de todo aquello que es preciso cambiar; y renegábamos de los esencialismos que nos condenan a ser, colectivamente, de una cierta manera, invariables en nuestros presuntos defectos nacionales, o en los méritos originarios que celebran tanto los nacionalistas, centrales o periféricos.

Ya al salir, de noche, con el jardín de la Residencia poblado de olores de verano, se me ocurrió algo que hubiera debido decir mientras hablaba con Jordi: que ese mismo lugar donde estábamos es el ejemplo de lo mejor y de lo peor. Allí estuvo el laboratorio de Juan Negrín, pionero en la investigación científica en España. Allí se encontraron algunas de nuestras mejores inteligencias, y en la misma sala en la que nosotros habíamos hablado dieron conferencias Albert Einstein, H.G. Wells, Marie Curie, etc. En un país pobre, atrasadado, aislado, la Residencia de Estudiantes fue un empeño de fundar lo mejor, sin patrañas  ideológicas ni patrióticas.

Pero en el verano de 1936 esos mismos jardines se convirtieron en lugares de ejecución, y poco después la Residencia fue un cuartel y luego un hospital de guerra, y con la victoria de Franco fue entregada al Opus Dei. El auditorio que había diseñado uno de los grandes arquitectos modernos de entonces -creo que Sánchez Arcas- fue destinado a servir de capilla.

Pero la historia no acaba, desde luego. Las historias no acaban nunca. Ahora, desde hace bastantes años, la Residencia ha vuelto a ser un lugar de estudio y de encuentro civilizado. Lo que se perdió está perdido para siempre, pero el ejemplo fértil de ese lugar nos sigue aludiendo. Lo que me estremece cada vez que piso la Residencia no es sólo el recuerdo de un cierto número de fantasmas queridos -entre ellos, algunos que he inventado yo mismo. Es su lección de porvenir.

Residencia de Estudiantes (Foto: Ketamino)
Residencia de Estudiantes (Foto: Ketamino)